martes, 2 de noviembre de 2010

Altas expectativas

Mi madre, de niña, me decía que parecía que había nacido para ser rica o para ser reina, lo típico que se dice a un niño que protesta mucho, quiere cosas que no se le pueden dar o no se queda contento con lo que le dan. Para reina no, pero mis padres me educaron como si de una fuera de serie se tratara, llamada a despuntar, destacar en todo. Me educaron para llegar a ser lo que aún no he llegado (ni creo que llegue nunca) a ser, en lo que yo siempre soñé convertirme: válida, independiente, inteligente y excepcional en el campo que escogiera (la ciencia seguramente), sin olvidar ser una buena persona a la par que responsable y recta.

Todo ello me dio un carácter muy rígido, y aunque siempre fui una persona alegre, poco a poco la alegría iba cediendo en favor de una melancolía extraña, como cuando te regalan una camiseta que tienes que ponerte pero que no te es cómoda en absoluto. Cuadriculada, con exceso de responsabilidad pero falta de disciplina a causa de la ansiedad que ello me generaba, aunque como la responsabilidad me podía, incluso frente a cosas que no dependían de mí, ello me generaba también angustia y agobio. Crecía ingenua, pues mis pensamientos y mi concepción de la vida me tenían en un mundo aparte ajeno a la verdad, y siempre creía lo que mis padres o alguien con autoridad me contaban, aunque me estuvieran engañando deliberadamente, lo creía hasta que la verdad era evidente. Me decían que era guapa y me lo creía, me decían que era inteligente y me lo creía. Cuando eres niño eso es muy normal, pero a la larga genera conflictos internos: podían decirme que era capaz de ser la primera de la clase, lo que para mí tenía un doble mensaje, que no estaban satisfechos conmigo y que además yo no me esforzaba lo suficiente (y por eso no llegaba a serlo). El caso es que es cierto que siempre tuve facilidad para los estudios, hasta que mi cabeza bajó la persiana y cerró por vacaciones, las vacaciones que necesitaba tomarse para no prenderse fuego cada vez que me sentaba a estudiar.

A partir de ahí todo fue en picado: yo nunca llegué a ser la persona que deseaba ser, era como una huída de mí misma, una huída hacia delante para no tener que compararme con mi yo del espejo, ese que habían creado y con quien no era capaz de competir. Ya no soy tan rígida, ya no vivo en mi mundo aparte, ya no me creo todo lo que me dice la autoridad o mis padres, ya no soy hiperresponsable (y sigo sin ser disciplinada). Sin embargo, queda ese poso de mí misma, ese complejo de culpa por lo que no me corresponde, esa personalidad ingenua y sumisa al tiempo que rebelde sin causa, queda esa bondad de cordero y ese inconformismo casi pueril. Soy alguien anodino que no ha llegado a ser lo que quería ser y que además ha perdido el rumbo, pero que no se conforma con lo que tiene, que aún conserva ilusiones y que lucha por llegar a ellas por más zancadillas que le pongan y obstáculos encuentre a su paso.

A veces miro atrás esperando ver una proyección de lo que pudiera haber sido de no haberse torcido mi camino, pero aquello era como ir poniendo más pisos a la Torre Inclinada de Pisa: al final hubiera caído de uno u otro modo, o hubiera llegado a ser la persona más friki sobre la tierra (pese a llegar a ser excepcional). No veo la solución, puesto que el otro camino me hubiera llevado igualmente al fracaso, puede que no en lo académico y profesional, pero sí en lo social. No quiero decir que ahora tenga un éxito social rotundo, pero soy una persona con una vida normal en este aspecto: con buenos amigos, que le gusta salir y divertirse, que le encanta hablar y hacer tantas otras cosas en grupo.

Hace pocos años me pasó por la cabeza que tenía esa edad donde uno empieza a hacer balance de los sueños que ha podido cumplir y se da cuenta de que algunos ya no va a cumplirlos. Me pesó, sí, pero a otros no pienso renunciar aún, pues yo sigo paso a paso adelante intentando construir esa persona que quiero ser, queriendo llegar a las metas que me pongo y teniendo ilusiones que siguen renovándose. En ocasiones me encuentro muy cansada para seguir, muy harta de lo que me he encontrado y me sigo encontrando a mi paso, harta de que a veces parezca que todo juega en mi contra y que tengo que escalar una pendiente escarpada y casi vertical. Supongo que todo consiste en variar el ritmo, calmarse, tomar aire, beber agua y reanudar la marcha. Mientras haya formas de llegar hay esperanza, y mientras haya ilusión hay voluntad, aunque haya que ir por el camino largo y dando pasitos de hormiga, lo cual es difícil de asimilar por una cabeza como la mía, donde siempre han estado esas altas expectativas y esas prisas por llegar y demostrar que yo puedo.


No hay comentarios: