viernes, 28 de mayo de 2010

Dios los cría

Es curioso como van pasando las etapas en la vida y, a veces, me da por pensar en cómo he acabado así. Me estoy refiriendo a mi vida social.

En el colegio es fácil hacer amigos: conoces a los otros niños a los 3 ó 4 años y luego pasas 10 años con ellos (al menos antes, cuando existía la EGB). Luego viene el instituto, y normalmente acabas en alguno donde van varios de tus amigos. Mi caso, naturalmente, no fue el normal, y acabé en un instituto donde no iba nadie a quien conociera, ni aunque fuera de vista. Aquí ya es más complejo llevarte bien con todo el mundo, ya que las personalidades no están hechas, pero sí marcadas. Cuando yo entré en el instituto mi timidez era patológica: el corazón se me salía del pecho sólo por dirigirme a alguien que no conocía o cuando me preguntaba un profesor en clase. Recuerdo mi primer día, además de por ver grupitos de gente que se conocía, porque a mi pierna le dio por temblar y saltar sola, con vida propia, y no paró en todo el día. Por fortuna siempre existe lo opuesto a uno, así que hay gente extremadamente extrovertida que inicia las conversaciones por ti, aunque te vea con cara de perro. A lo que iba es a que pasas 4 años en el instituto y te juntas con quienes tienen tus mismas tendencias. Así fue como acabé con gente que no era conocida precisamente por ser popular. Por un lado con gente tímida y estudiosa (aunque yo de estudiosa no tenía tanto como pudiera parecer) y por asimilación con los amigos que ellos conocían y que también iban a clase en el mismo centro. De espabile también andaban como yo.

Como buena muestra de adolescente, pasaba la vida encerrada en mí misma, a caballo entre mis nuevas amistades y mis las antiguas del colegio. Recuerdo a mis padres decirme que los amigos se hacen en el instituto, que en el colegio estás poco definido, y luego en la facultad lo estás demasiado. Pero yo no me enteraba de la misa la media e iba con mi actitud miope a todas partes, aparte de que mi mundo era el blanco y el negro y, si veía algo que no estaba tolerado por mi pequeña mentalidad, automáticamente esa persona quedaba proscrita para relacionarme con ella. Recuerdo pasarlo mal, recuerdo a la gente metiéndose conmigo pese a no meterme yo con nadie, recuerdo emparanoiarme pensando en cuánto me odiarían todos y recuerdo mi deseo de ser normal.

Algo ocurrió, aunque el punto de inflexión estaba por llegar. La gente que se dividía por las letras de las distintas clases se mezcló durante el viaje de tercero a mis ojos y por otros vi que quizá yo podía ser diferente, en vez de esa chica encasillada en el rol de listilla. No tuve mucha relación, la verdad, y el siguiente curso fue aún peor para mí cuando todo comenzó y todo se vino abajo, cuando llegué a ese punto de inflexión del que antes hablaba.

Me sentía socialmente rechazada, fuera de lugar, no quería salir por miedo a ser ridícula y patética. No quería ser lo que los demás decían que era y además no sabía ni qué era realmente. Tuve una rebelión interna, un pánico horrible y todo acabó en un parto. Y digo en un parto porque pese a que me dolió un horror y me quedé paralizada, comencé a dejar salir a mi verdadero yo, ese que ni yo misma conocía. Evidentemente, tenía mucho de mi vida anterior, pero al mismo tiempo era muy diferente. Por fin tenía ganas de vivir, de salir, de divertirme y de conocer gente, aunque siguiera sintiéndome mal, esta vez ya por causas diferentes.

Me junté y conocí a gente interesante, exploré la vida social y vi que, por qué no, yo encajaba en ella, mientras los demás veían que yo era como cualquiera: me divertía y sonreía, y me dejaba llevar por raro que pareciera. Aunque aún me quedaba mucho por delante y mucho de mí por aprender, y creo que nunca acabaré de conocerme a mí misma.

En la facultad conocí gente. Algunos tenían más en común conmigo que otros, pero al final todo el mundo da decepciones, compartan más o menos contigo. La época de parejas trajo consigo el aislamiento, aunque yo intentara por todos los medios que no fuera así. Luego vino la migración a Barcelona, donde todo me era ajeno, y el hacer amigos de nuevo, en la facultad o fuera de ella.

La última etapa fue en mi última empresa, y soy consciente de mi suerte, pues hacer buenas migas con prácticamente toda una oficina es un milagro, y yo encontré un regalo que esperaba a ser abierto.

Por supuesto, no se trata de enumerar todas las personas importantes en mi vida, sino de pintar un poco las situaciones sociales por donde he pasado.

Y volví a Madrid y volví a mi vida tal y como era antes, pues de nuevo la vida parejil es un muro entre las amistades. Y me relaciono con gente que conocí en su momento a través de ese invento llamado internet, que aún hoy es considerado como una vía para frikis y asociales. Y precisamente por relacionarme con gente que conocí por internet en un primer momento no es por lo que yo me considero rara, y lo raro de mí poco tiene que ver con la red, pero eso no es óbice para que si cuentas que tienes un grupo de amigos que conociste por ese medio o que vives con tu pareja que ídem de ídem alguien te dirija una mirada sospechosa como si fueras un asesino en serie.

En conclusión, qué difícil es relacionarse socialmente. En mi dualidad tímida-extrovertida me cuesta mucho conocer a quien cuadre conmigo. Me gusta salir con gente, ya no me da tanto miedo a conocer a extraños, amigos de fulanito, pero sí entablar una posible amistad con ellos, pues no soy proclive a dar pasos. Es como si desconociera las reglas del juego y acabara en un hoyo que yo misma cavo. A veces me retraigo demasiado, otras me embalo sin remedio. Soy como soy. Además, soy exigente y busco gente con quien poder hablar de actualidad o de cultura. No es que yo sea especialmente cultivada, pero discuto con emoción de temas que me resultan interesantes, y esos son demasiados. Recuerdo con nostalgia los tiempos de botellón donde arreglábamos el mundo entre cuatro o cinco o desarrollábamos una nueva teoría filosófica. Eso no quiere decir que no me diviertan las conversaciones sobre Callejeros o Carmen Lomana, pero en la variedad está el gusto.

Al final, releyéndome, tampoco resulta raro si cuento que soy una persona inconstante y algo bipolar, por lo que difícil es que encuentre a estas alturas a gente que pueda aguantar mis euforias y bajones al tiempo que me entretiene, salvando a mis viejos conocidos, a quienes para mi desgracia, veo de pascuas a ramos. Pero, ¿de qué iba esto? Ah, sí, de la dificultad de tener una vida social satisfactoria.

lunes, 24 de mayo de 2010

¿Sólo animales?

Dicen por ahí que el ser humano se mueve por instintos aunque luego los ande adornando, y sí, ciertamente ahí están siempre, en lo más profundo de nosotros. Sin embargo, conviene no olvidar que tenemos una mente que piensa también, y que tiene sus necesidades.

En cuanto al sexo, hay quien dice que es el motor de nuestras vidas. Se me ocurre Freud, por ejemplo. Particularmente opino que hay mucho de eso, que está presente en muchas facetas de nuestra existencia, lo que no quiere decir que estemos continuamente pensando con nuestros órganos sexuales...

Pero basta de preámbulos porque yo quería hablar de la seducción y la atracción. Mucho se especula sobre estos temas en cuanto a que es puro instinto, y no hace falta aprender porque se nace con ello. Yo no soy una autoridad en la materia, la verdad, siempre ando bastante despistada, aunque sí creo que sé darme cuenta cuando alguien se queda, digamos prendado de mí. A veces sucede a primera vista, otras veces por un movimiento o un gesto, pero otras tantas es por cómo me expreso o porque ven una chispa que se enciende en mi cabeza, o por un carácter indómito, por defender unas ideas con pasión... En resumen, por cualidades mentales (o personales) que no físicas.

Siendo yo mujer, y siguiendo siempre la estela de que el tema es algo meramente instintivo, supongo que para triunfar en estos juegos tendría que mostrarme dócil, vulnerable y hacerme un poco la despistada, mientras me maravillo del despliegue del macho de turno, ya sea físico o neuronal. Sin embargo eso no va conmigo, soy combativa, llevo la iniciativa si me interesa, y porfío (porque además, la mayoría de las veces que maravillo es sin habérmelo propuesto, pues ya he dicho que siempre ando despistada en estas batallas). Además soy obstinada y me gusta llevar la razón y hacer mi propio despliegue también, pues que me tomen por tonta o insulsa no entra dentro de mis planes.

En consecuencia, tengo que decir que creo que las neuronas también son sexis y que el estímulo mental también despierta el deseo. En mi persona, no tenía la menor duda de ello, pues siempre intento rodearme de gente inteligente, que me estimule, y un posible compañero no es una excepción. Sí, me seduce muchas veces que alguien sea mordaz, rápido, que defienda sus ideas y me combata las mías hasta cierto punto. Pero yo soy algo rara, lo compruebo cuando hablo con otras compañeras de sexo, así que antes de ponerme a observar este fenómeno no sabía hasta qué punto esta debilidad era compartida por el resto de los mortales. Supongo que también depende de lo profundo que uno sea, pues hay muchos tipos de persona y en ello va lo que buscan.

La verdad, me hace tener cierta esperanza, no en mí, sino en el género humano.

lunes, 17 de mayo de 2010

Insignificante

Todos somos diferentes, eso nos hace ser nosotros mismos, ser individuos. Todos tenemos nuestras locuras, nuestras neuras, nuestras carencias. Al conocer a alguien de primeras no somos conscientes de esas sutiles diferencias, de su personalidad, y vamos conociendo sus particularidades por medio de sus gestos, su lenguaje y su actitud. Aún así, una persona a la que crees conocer a veces te puede dar sorpresas en una situación determinada, sobre todo si no hace demasiado que la estás tratando.

Soy una persona muy empática, tal vez demasiado, pero incluso yo tengo un límite. Tienes buena intención, quedas con alguien y casi acabas siguiendo un rollo ONG porque temes pisar un lodazal y hacer daño al haber visto la fragilidad de cerca. Pones la barrera, pues yo no soy una hermanita de la caridad aunque en horas bajas pueda haber rozado el rol. Tanto azúcar daña los dientes, te vuelve diabético, es intolerable, pero es frágil y mantienes la diplomacia. Primum non nocere, dicen los médicos y digo yo incluso cuando no debería.

En agradecimiento te encuentras un muro paranoide donde no puedes arañar ni una pizca de sentido común, nada de lógica, es como las sombras de la caverna de Platón lo que hay allí. Y sigue el azúcar, y tú ya necesitas sal, empiezas a enfermar de tanta azúcar además de toda la acritud y reaccionas mal, porque además estás harta de no reaccionar, de ser el sujeto pasivo tras haber regalado el tiempo por preferir la diplomacia a la sinceridad como excepción que confirme la regla. Intentas dialogar, pero sigue la paranoia, sigue la obsesión. Intentas ser razonable, intentas ignorar, intentas ir de buenas, pero no hay resultados, sólo hostilidad.

Y como dije, todo tiene un límite, todo llega a su fin, y acabas por mandar el muro a la mierda y seguir por otro camino, que aunque ya lo intentabas antes, no lo lograbas, pues llevabas ese lastre traducido en esa mano que aún seguía ahí tendida por si en algún momento de iluminación llegaba la razón. Pero es inútil y los sacrificios que haces cuando estás atontada no los haces si eres dueña de tus aptitudes, estás lúcida, como es el caso.

Así que bye, bye, que usted lo pase bien, sea muy feliz y no espere de mí más amabilidad, tolerancia y buenos modos, pese que a usted no le parecieran tales por ser yo una criatura extraña, con mis particularidades, esas que tenemos todos en alguna medida.

Sin rencores pero sin deudas, empezando de cero. Así que cuidado, porque la próxima vez no andaré con pies de plomo mirando donde piso. Ya tengo bastante con preocuparme por mí.

* Una persona tan insignificante en mi historia vital no se merecía una entrada tan larga, pero he creído que debía incluir este relato para que si alguien entiende la historia encriptada pueda evitar los mismos errores cometidos por mí.

sábado, 15 de mayo de 2010

Un pequeño milagro

Todos los días esperando que suceda algo, y ese algo nunca llega porque dado cómo somos cada cual y cómo está el mundo, que cierto algo llegara sería un pequeño milagro, y ya sabemos que no existen, ¿verdad?