miércoles, 24 de agosto de 2011

La fe

No es algo de lo que se hable entre personas adultas hoy en día, a no ser que que se trate de personas muy devotas o surja entre amigos cercanos. En este país hablar de fe suele ser un tema tabú. Se puede hablar de la Iglesia, de la religión, etc., pero la fe es un tema que mejor hay que evitarlo para no mirar a ése de forma rara o ser mirado de la misma manera. Probablemente habrá mucha gente que ni se lo plantee, ya sea por asunción o por ausencia. Plantearse uno la fe suele dejarse para filósofos y religiosos, porque sinceramente creo que no habrá mucha gente que se plantee el origen de su propia existencia o el sentido de su vida.

No creo que la mayor parte de los que asistieron a las JMJ se haya planteado alguna vez algo así, por lo que realmente su fe no tiene valor ni sentido. Cuando somos niños, creemos y asumimos todo lo que nos dicen, y según vamos creciendo contrastamos la información, decidiendo si aquello que nos contaron se ajusta a la realidad o no. Por naturaleza todos los seres son escépticos y temerosos y conocen mediante prueba y error y mediante la observación de lo que les rodea. La curiosidad es otro elemento fundamental a la hora de estimular el conocimiento, pues sin ella nunca seríamos los típicos niños preguntones que fríen a todo el que les rodea, sobre todo a ciertas edades. Poco a poco la reflexión y el pensamiento van tomando forma y se convierten en sed de conocimiento, y esa sed no se sacia con postulados universales concebidos para creerse a pies juntillas. El "esto es así porque lo digo yo y basta" sólo crea más desasosiego que hay que calmar. Y esto, no sólo lo digo yo, pues la doctrina católica está llena de santos que encontraron su camino y su verdad tras vivir y ver distintas opciones. Sin embargo, la Iglesia Católica, se regocija y aplaude, y prefiere a aquellos quienes toman el axioma sin preguntarse sobre él, simplemente porque si sembraran la duda, si aplaudieran el escepticismo, podrían perder a todos aquellos adeptos que reciben los dogmas y los cumplen a rajatabla, que además son mucho más manipulables que quienes acostumbran a reflexionar sobre todo lo que les llega. Afortunadamente, existen quienes siembran la duda, estimulan el conocimiento y el pensamiento crítico dentro de la propia Iglesia. A veces me pregunto cómo aguantan dentro de la organización, porque poco tiene que ver su espíritu con el de la gente que la controla. A lo largo de mi formación primaria y secundaria tuve distintos profesores de religión con distintos conceptos sobre la misma. Es sabido que todos los docentes de esta materia son elegidos y aprobados por la misma Iglesia, quien les considera aptos para transmitir el conocimiento sobre la doctrina católica. La mayoría de ellos se limitó a contarnos lo que hacía la Iglesia por el mundo y cómo se es un buen católico. Una profesora nos dio una introducción a los dogmas de las demás religiones monoteístas del mundo (no sé si entraría en el programa o era cosa suya, la verdad), pero mi mejor profesor de religión fue el de mis dos últimos años de BUP. La clase era de religión católica, pero en sus clases no se hablaba de religión ni de la Iglesia se hablaba de valores y de moral y nos hacía pensar y debatir. La gente se tomaba a cachondeo estas clases porque la calificación dependía de la actitud y el trabajo diario, no hacía ningún examen, y claro, ya se sabe cómo van estas cosas. Corría por ahí el bulo de que era ateo, simplemente porque en sus clases rara vez aparecía la palabra "religión" o "católico", pero ni lo era ni lo es. Su manera de ver la religión era abierta y transmitía eso mismo a los demás. Antes, tuve que agradecer también que la parroquia donde hice la comunión tenía este mismo modo de acercar la religión, y entonces era yo bastante más niña. En la catequesis sí que hablábamos sobre Jesús, claro, pero debatíamos y, sobre todo, no nos aleccionaban sobre el pecado como si cualquier disfrute de la vida lo fuera. Al contrario, la confesión antes de la comunión fue más una declaración de principios y de objetivos que no un arrepentimiento de los posibles pecados que pudiera cometer un niño, que es lo que éramos, en definitiva.

Sin embargo, vuelvo mi foco hacia la ICAR y veo lo que son, como organización, y no me identifico en absoluto con ellos. Podría llamarme católica no practicante (atendiendo a mi bautismo, lo soy), pero en realidad no comparto el modo en que la Iglesia se acerca a la gente. Para mí, todo en este mundo merece reflexión, pues sin ella nunca nada se podrá apreciar como merece.

viernes, 19 de agosto de 2011

Habemus Papam

La Jornada Mundial de la Juventud ha revolucionado Madrid. Hay gente que está encantada con el evento, hay otra que está molesta y un tercer sector que está más bien harto. A priori, esta clasificación tendría que ver con que el individuo profesase o no la fe católica, pero no es así, sino que está más bien relacionado con el tener o no cierta actitud crítica con el mundo que nos rodea. Siempre se cree que el ser más o menos religioso tiene que ver con esto último, y normalmente se acierta, pero la excepción en este caso es bastante grande. También es grande la excepción que agrupa al que no es religioso y sin embargo el acontecimiento en cuestión se la pela, o directamente se siente molesto cuando otros lo critican, aludiendo a la libertad de expresión o libertad de culto. Razones tampoco le faltan, porque vengo observando, incluso en mí misma, cómo el hastío y la impotencia muchas veces se traduce en pagar el mal humor con el menos responsable, en este caso, con los seguidores de las JMJ, es decir, los peregrinos llegados de medio mundo para seguir la fiesta. Pero bueno, esto sí que puede ser generalizado: pocas veces se salva alguien consecuente que esté molesto con algo y no acabe hasta el último pelo y por ello tomándola (aunque sea verbalmente con su grupo de allegados) con quien menos culpa tiene. Este proceso es el mismo que hace que en Madrid se tenga bastante mal concepto de los catalanes y viceversa.

Tenemos, por un lado, al madrileño de a pie, bautizado y creyente de BBC al que le importan tres cominos la Iglesia y su doctrina, pero que sin embargo se ha casado o piensa casarse por ceremonia religiosa porque "es bonito" o para "seguir la tradición". A éste que venga el Papa o no se la suda, refunfuñará un rato quizá por el dinero que se gasta el gobierno, pero estará también convencido al rato de que los fieles se dejarán también una importante suma. A e él lo que realmente le jode es que se esté trastocando la ciudad, hayan cortado el tráfico en una zona que le afecta, aunque sea de refilón, y le toca la moral que casi dos millones de extranjeros estén paseando por Madrid uniformados y haciendo gala de su país como si fueran abanderados olímpicos. Realmente no lo entiende, pero tampoco le molesta tanto, no le ocupa demasiado el enfado que pueda causarle.

Quienes critican la JMJ lo hacen por distintos y múltiples motivos. Quizá el más frecuente sea la hartura de que estado y religión sigan unidos, siendo éste un país constitucionalmente aconfesional, a razón de un Concordato que persiste y se queda indefinidamente gobierno tras gobierno. Otro motivo, que quizá comparten menor número de personas es una actitud crítica dentro de la misma Iglesia Católica, de forma que no ven con buenos ojos el desembolso de una gran cantidad de dinero con una crisis mundial de por medio, o que quienes patrocinan y ayudan en la financiación de este acontecimiento son precisamente quienes han contribuido a crear esta crisis o quienes no tienen interés en pararla. Además, todo este dinero y asistentes podría contribuir a frenar la muerte de millones de personas de países del África negra, en vez de a festejar en tiempos poco propicios.

El otro día acabé por casualidad con la tv en Intereconomía, y a la manifestación laica de protesta contra la JMJ le llamaban la "manifestación antisistema". Se me revolvieron las tripas. Me costó un rato hacer entender a un amigo el por qué tal calificación era falsa y tenía como único objetivo la manipulación y contaminación mediática. Me decía que si ellos se manifestaban contra algo que hacía el gobierno (por tanto, el sistema) no era desacertado calificarla como antisistema. Mi réplica intentaba hacerle ver que no se puede extrapolar la calificación de antisistema, que es una persona que está contra el orden establecido (social, económico y político) a alguien que simplemente se manifiesta contra un hecho puntual. Le puse el ejemplo de la gente que se manifiesta contra el aborto, que no es precisamente antisistema, y que aunque sí puede haber gente de colectivos antisistema en muchas manifestaciones contra hechos puntuales, eso no convierte al grueso de manifestantes en antisistema ni al motivo de la manifestación tampoco.

Por otro lado, quisiera que este país fuera realmente aconfesional y que este tipo de eventos fuera pagado sólo por la gente que profesa la religión en cuestión y se siente dentro de ese colectivo. No olvidemos que no se trata de una visita de Estado para tratar temas políticos y relaciones entre España y el Vaticano, es una visita extraoficial para un encuentro entre un líder religioso y sus fieles. En Alemania, por ejemplo, los temas religiosos son pagados únicamente con dinero de personas que se califican a sí mismos como seguidores de esa religión, están censados y una parte de sus impuestos van para ella, que los administra como necesite. En España, la Iglesia Católica es la única que goza de ciertos beneficios como régimen especial de retención de impuestos, cesiones de terrenos, enseñanza en escuelas, etc. Va un abismo de una situación a otra.

Quiero dejar claro que mi postura, como la de tantos otros, es la de la libertad y no la imposición. No tengo nada contra quienes creen y siguen a la Iglesia Católica. Aunque no esté de acuerdo con ellos, sí lo estoy contra que me impongan sus creencias o quieran que se las sufrague con mis impuestos, mucho más tal y como está la economía, española y mundial.

Desde aquí, invito a la reflexión a todo aquel que me lea en lo concerniente a este tema, ya que hasta los curas de base discrepan de la posición oficial de la Iglesia a este respecto (no al Concordato, por supuesto, pero sí al resto).