jueves, 6 de octubre de 2011

Valer la pena

Me da miedo pasar por la vida de puntillas terminando no ser nadie. Para mí cada persona con la que interactúo es importante en mi vida, pues de lo contrario, dejo de interactuar con ella. A veces me pesa haber dejado gente atrás y me pregunto por qué llegué a tal punto, y siempre es porque uno de los dos, o ambos, así lo decidimos. Normalmente en estos casos, no se llegó a intimar o hubo una ruptura de la relación por algún acontecimiento lo suficientemente importante. Suelo estar abierta a cualquiera, y suelo tocar a la puerta de cualquiera que me caiga bien también. Raro es que alguien me caiga mal de primeras, por lo que intercambio diálogo hasta que conozco lo suficiente para saber qué me aporta cada cual. Aún así, mi puerta sigue abierta para reenganches siempre.

Me da rabia llevarme mal con la gente que considero que vale la pena, e incluso con la que me es indiferente. No me gusta que tengan impresiones sobre mí que no se ajustan a la realidad. Esto me acarrea demasiados disgustos, mucho más sabiendo que, aunque me amoldo bastante bien, tengo un carácter fuerte y adoro intercambiar opiniones y llevar la razón, soy muy cabezona. Sin embargo me dejé la picardía y la maldad en algún lugar por el camino, y quien ha llegado a conocerme sabe que bajo esa capa de aparente conocimiento, espabile y orgullo, de parecer venir de vuelta de todo, se esconde una persona introvertida a la que en varios aspectos le faltan hervores, bastante inocente y confiada.

Soy demasiado directa y sincera, muchas veces abro la boca cuando no toca y me arrepiento según me oigo. Los años me han dado cautela, pero lo que es sale siempre a flote. Me implico en todo lo que hago, ayudo todo lo que puedo. Una vez alguien me gana, me doy entera porque no sé hacerlo de otra forma. Por eso es tan fácil herirme y dejarme tocada.

Lo digo siempre: yo no vivo en este mundo, vivo en otro paralelo, que se parece a este pero está muy idealizado en mi cabeza. Por eso hay tantas cosas que me parecen ilógicas y escapan a mi comprensión. Y mi naturaleza es intentar comprender todo, empatizar con todo el mundo y sentirme culpable, eso sobre todo. Es muy fácil conseguirlo, hasta si no es lo que se propone.

Sé que es raro que hoy en día la gente sea así, que no tenga dobleces, que sea transparente, que haya solo lo que se ve, que tenga tanto desconocimiento de cómo funciona el mundo, siimplemente por asumir que es como en su ideal. Así que es común también que me sienta fuera, ajena a muchas cosas, tenga miedo de la exclusión, de malas interpretaciones, de hablar más de la cuenta y cuando no toca, de que equivoquen mi intención... Pese al aspecto de dureza, soy demasiado blanda y cuando todo me supera suelo romper a llorar. Soy muy pesada, temo ser olvidada como el perro que hace gracia el primer día y luego no pasa de ser un mueble más.

No creo que esto sea demasiado interesante, ni que tan siquiera pueda ser de utilidad para alguien, simplemente este es mi espacio de esparcimiento, de reflexión, de ser sincera conmigo misma y de tratar de desahogarme para poner en orden mis ideas. También es lugar para mi egocentrismo, ¿por qué no decirlo?

Últimamente estoy pensando, por mi modo de comportarme y de vivir lo que me rodea, que mi última experiencia de pareja me afectó mucho más de lo que pensaba, y que aún arrastro secuelas de las que no soy consciente. Mi relación con el sexo opuesto, sea del tipo que sea, siempre ha sido "especial", poco común, pero ahora es cuando más perdida ando, pues pese a estar segura de mis pasos, enseguida dudo de todo y acabo haciendo prácticamente lo contrario de lo que pretendía en un principio. Los resultados mejor no los comento. Soy torpe para las relaciones sociales, quizá demasiado infantil y dependiente, y esto ya no es el colegio ni el instituto. Pero como dije, nadie me preparó para el mundo real, sino para uno ideal que no existe.

Ahora, me enfrento a mis meteduras de pata que, aunque no sean adrede, tienen consecuencias reales en la gente que me rodea y, por tanto, revierten en mí. Pero lo que me cuesta es perdonarme el hacer daño gratuito sin pretenderlo, aunque por desgracia no es una experiencia nueva. Eso es lo que me escama y es una doble preocupación: por el otro y por mí. A veces no me soporto y creo que no soy buena para nadie, pero no estoy preparada para vivir sola, necesito gente a mi alrededor, necesito de aquellos a quienes aprecio, sentirme apreciada por ellos de forma desinteresada, necesito sentir que valgo la pena.