jueves, 11 de noviembre de 2010

Me equivoqué

No es extraño equivocarse y ni siquiera lo es que quien se equivoca persista en el error. Muchas veces sufrimos de ceguera, obcecados con nuestras ideas, que van haciendo bola y son intragables. Y aún así seguimos tropenzando con la misma piedra, dándonos de lleno contra la pared, hasta que aquello que era tan obvio para todos se hace visible también para nosotros como si fuera una epifanía. Aprendemos de equivocarnos y poder ver el error, es un método que hasta se usa en ciencias.

Yo estaba equivocada. Con la ilusión de la ingenuidad con la que aun teniendo treinta años sigo viendo el mundo (seguramente porque quiero, porque me niego a verlo desde el ángulo de quien ya está de vuelta de todo) creía que era posible obviar las reglas inherentes a las relaciones humanas, los juegos a los que todos juegan aunque nadie les ponga nombre, y mostrarse tal y como uno es, de forma sincera, desde un principio. "Craso error", me decían algunas voces amigas, "no hagas eso, haz esto otro", me aconsejaban, pero yo estaba dispuesta a demostrar que la gente era suficientemente madura, responsable y humana (por contraposición a lo instintivo y animal) como para poder asumir la verdad tal cual es y llega. No quería hacer el esfuerzo que me suponía cambiar, adoptar el papel del personaje que ocupa el tablero.

Tras varios tropiezos he tenido que rendirme a la evidencia. No trato de decir que la condición de seres instintivos y animales sea mala, ni que igualemnte lo sean así las reglas de los juegos que nos tienen ocupados mientras la vida pasa. Simplemente digo que estaba equivocada, que mi idealismo está bien como idealismo, pero no como filosofía para llevar a la práctica en el día a día. Eso siempre que no quiera recibir un palo tras otro. Porque la ingenuidad y la sinceridad son rasgos de debilidad y en este mundo impera la ley del más fuerte, así que más vale reservarlos para quien ha superado todos los niveles hasta llegar a la meta. Ya es hora de aprender las reglas del juego.

3 comentarios:

fairytales dijo...

Mira, yo llegué a esa misma conclusión hace tiempo, lo llevé a cabo, el ser igual que los demás, intentar no ser tan ingenua y tan sincera y resultó un desastre. Hacía cosas que no me gustaban, que iban contra mi naturaleza de cuento de "Blancanieves" y al final decidí que yo debía de ser yo misma, con mucho más cuidado y abriendo más los ojos para poder dar un portazo a tiempo. Desde entonces, no puedo decir que las cosas me vayan bien, pero por lo menos estoy bien conmigo misma, que al final es con tienes que estar. Por supuesto que ya no soy tan inocente y no me las dan todas en la misma mejilla pero soy original y eso es lo bueno, no hay nadie como yo. Lloro cuando toca y cuando me sale, y río cuando me apetece; salgo y entro con quien yo creo que se lo merece y beso a quien quiero.
Pero como dices y como digo también yo, somos nosotras las que tenemos que ver las cosas y no sirve que los demás nos digan que darse de cabezazos contra la pared duele, para que sigamos hasta que lo comprovemos por nosotras mismas. Así que, debes hacer lo que creas conveniente, pero no dejes nunca de ser tú, no pierdas tu esencia, vales mucho tal como eres.
Un beso.

Claudia dijo...

Gracias, guapa. No, no se trata de dejar de ser yo, se trata de acatar ciertos paripés sociales que tengo que aprender ;)

Besitos.

wenisima dijo...

Ayyyy que wena ere.