miércoles, 18 de agosto de 2010

No estoy en venta (15/08/2010)

Observando el mundo a mi alrededor, me doy cuenta de que muchos tienen precio y hay hasta quien lo admite como si fuera algo de lo que enorgullecerse en vez de avergonzarse. Algunos lo justifican diciendo que con el mero hecho de trabajar ya te estás poniendo un precio, así que no hay diferencia alguna.

Prestando algo de atención, el argumento se cae por su propio peso. Sí, trabajar normalmente no es plato de gusto, incluso hay bastante gente que odia su trabajo, pero para poder compararlo con el poner precio a alguien, quien trabaja tendría que estar para ello traicionando sus principios, su escala de valores, y si ese fuera el caso, yo le recomendaría cambiar de tarea, que nunca es tarde.

Con venderse o ponerse precio, me refiero a hacer lo que uno, de primeras, no haría porque no cree en ello, porque lo aborrece o porque no lo considera coherente en ese momento. Supongo que todo es cuestión de relativizar y de autoconvencerse de que no tiene importancia. Por algo se empieza. Me pregunto cuáles serían los inicios de Al Capone. Otras veces, simplemente hay que ponerse en la piel del comprado, pues hay quien se cría sin conocer una escala de valores coherente, por lo que para ellos el acto de venderse no es tal, simplemente están negociando una situación que les es favorable. En cualquier caso, creo que sí se puede hablar en cierto grado de falta de escrúpulos. Desde luego, quien carece de ética es mucho más feliz en este juego, pero el que juega a relativizar supongo que acaba por perder la que pudiera tener.

Hay quien piensa que la esencia de este mundo que hemos creado es que todo está en venta. No pretendo erigirme aquí como un modelo de moralidad a seguir, pero sí creo que es bastante triste hipotecar los convencimientos, las ideas, en resumen, lo que nos hace ser las personas que somos, simplemente por dinero. Sobra decir que, como sin sobrevivir no seríamos quienes somos pero tampoco ninguna otra cosa, la anterior afirmación queda invalidada cuando de ello depende el subsistir. Sin embargo, no nos es extraño ver a quien cuando llega a tener una mayor o menor fortuna cambia de principios volviéndose frívolo y viviendo por y para la ostentación. Menos mal que también se da lo contrario: gente que, pese a haber hecho dinero de sobra, vive prácticamente como cualquiera de nosotros y sin haber variado sus hábitos respecto a cuando sus recursos eran menores. Su escala de valores continúa siendo la misma y si ha variado seguramente haya sido a consecuencia del devenir de su vida y no del dinero acumulado.

Desgraciadamente, vivimos en un mundo donde el dinero fascina y muchos olvidan sus compromisos consigo mismos para dejarse seducir por el poder que da, olvidando de dónde viene y lo que simboliza ese dinero y, por supuesto, olvidándose de lo que un día consideró importante.

No hay comentarios: