sábado, 31 de julio de 2010

Pensamientos pasados: 10/07/2010


Para quien no lo sepa, Pavlov era un tío muy listo que experimentó con perritos (qué le harían los pobres) y a su descubrimiento lo llamó reflejo condicionado. El colega se preguntaba si una respuesta inconsciente del organismo podía asociarse a un estímulo externo que a priori no tuviera nada que ver con esta respuesta. Así consiguió, tras exponer a sus perros al sonido de una campana cada vez que les servía comida, que éstos terminaran salivando (y echando jugos gástricos) simplemente con oír el sonido y eliminando el estímulo directo.

Cultura general aparte, hace años leí un artículo sobre etología, o como algunos lo llaman, psicología animal. Cada animal, y especialmente si se ha criado con los de su especie, posee un aconducta instintiva prefijada, lo que les lleva a comportarse de una determinada forma en cada situación, y lo que también les influye en su mayor o menor facilidad para incorporar en su código una u otra conducta adquirida. Aunque pueda parecerlo y nosotros tendamos a personalizarlos, no dejan de ser animales movidos por instinto. De la misma forma que no podemos esperar que un niño deje de repetir un mal comportamiento si le reímos la gracia, tampoco se puede esperar que un perro obedezca si een nuestro modo de comportarnos está leyendo alto y claro que él es quien manda, el jefe de la manada. Así luego pasa que cuando se vuelven viejos y cascarrabias nos extraña que nos muerdan y lo asociamos a que "no nos quieren", cuando lo que pasa realmente es que por viejo se ha vuelto menos permisivo con nuestras tocadas de huevos y falta de respeto hacia él, que es el líder.

Pues bien, tras mi larga carrera como socióloga y antropóloga puedo afirmar sin temor a equivocarme que hombres y mujeres pertenecen a especies distintas, con diferentes patrones de conducta, pues es la única manera de explicar coherentemente que no nos entendamos y que generemos tanto desconcierto en el sexo opuesto. Yo muchas veces me siento como esos perritos, que al principio no esperaban oír una campana pero que, a fuerza de repetirlo, aprendieron a esperarlo. Al final nos acostumbramos fácilmente a cualquier cosa, especialmente si nos agrada, para luego ponernos a salivar sin recibir la comida, con los desajustes fisiológicos que ello conlleva.

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