lunes, 29 de noviembre de 2010

The time is now

El tiempo trancurre deprisa, sin mucha novedad. Salgo, entro, salgo, duermo demasiado, no duermo, como, no como. Todo es desorden y caos, aunque me esfuerzo porque romper la espiral. Saco la mano para agarrarme al primer clavo que vea, pero no distingo ninguno, ninguno que pueda sostenerme al menos. Ilusiones, desencuentros, entretenimiento, culpabilidad, todo acontece demasiado rápido. Estoy a gusto en casa sola, así me veo capaz. Inesperadamente me han surgido amistades que me han acogido como si siempre hubiera estado ahí. Disfruto los momentos y vuelta a mis eternos pensamientos que dan lugar a demasiadas preocupaciones, demasiada culpabilidad. Pero lo importante es que disfruto. Y me ilusiono. Y tengo ganas. Y sigo. Y estoy a gusto. Y quiero.

Y siempre queda ese atisbo de esperanza que cuando hay ganas parece mayor que cuando uno se deja llevar por no tener o ver opciones. Nada es nunca perfecto, de hecho, dista mucho de serlo, pero, ¿y qué? No voy a esperar a que lo sea o a que se aproxime a serlo para poder vivir.

sábado, 27 de noviembre de 2010

¿Juegas?

La partida de ajedrez se ha quedado a medias porque uno de los contrincantes ha abandonado, no se sabe si momentáneamente o definitivamente, pero tampoco voy a quedarme a averiguarlo. Lo que no sé es si buscar nuevos retos o resignarme, ya que todo son partidas inacabadas, no encuentro contrario que se interese lo suficiente. Pero entonces, ¿para qué cojones sacas el tablero, colega?

Para este viaje no hacían falta alforjas.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Me equivoqué

No es extraño equivocarse y ni siquiera lo es que quien se equivoca persista en el error. Muchas veces sufrimos de ceguera, obcecados con nuestras ideas, que van haciendo bola y son intragables. Y aún así seguimos tropenzando con la misma piedra, dándonos de lleno contra la pared, hasta que aquello que era tan obvio para todos se hace visible también para nosotros como si fuera una epifanía. Aprendemos de equivocarnos y poder ver el error, es un método que hasta se usa en ciencias.

Yo estaba equivocada. Con la ilusión de la ingenuidad con la que aun teniendo treinta años sigo viendo el mundo (seguramente porque quiero, porque me niego a verlo desde el ángulo de quien ya está de vuelta de todo) creía que era posible obviar las reglas inherentes a las relaciones humanas, los juegos a los que todos juegan aunque nadie les ponga nombre, y mostrarse tal y como uno es, de forma sincera, desde un principio. "Craso error", me decían algunas voces amigas, "no hagas eso, haz esto otro", me aconsejaban, pero yo estaba dispuesta a demostrar que la gente era suficientemente madura, responsable y humana (por contraposición a lo instintivo y animal) como para poder asumir la verdad tal cual es y llega. No quería hacer el esfuerzo que me suponía cambiar, adoptar el papel del personaje que ocupa el tablero.

Tras varios tropiezos he tenido que rendirme a la evidencia. No trato de decir que la condición de seres instintivos y animales sea mala, ni que igualemnte lo sean así las reglas de los juegos que nos tienen ocupados mientras la vida pasa. Simplemente digo que estaba equivocada, que mi idealismo está bien como idealismo, pero no como filosofía para llevar a la práctica en el día a día. Eso siempre que no quiera recibir un palo tras otro. Porque la ingenuidad y la sinceridad son rasgos de debilidad y en este mundo impera la ley del más fuerte, así que más vale reservarlos para quien ha superado todos los niveles hasta llegar a la meta. Ya es hora de aprender las reglas del juego.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tarados

No me interesa la gente perfecta, me fascina la imperfección. Me gusta que detrás de cada persona que conozco haya una historia, me gusta conocer esa historia. Cada individuo no sólo queda definido por su personalidad, también por todo lo que ha vivido, por sus filias y sus fobias, por los problemas a los que ha tenido que enfrentarse y ha superado. Esas son las historias que quiero conocer, historias de heroicidades cotidianas, historias que me llenan de admiración y esperanza, historias humanas.

No existen personas planas, desconfío de las que lo parecen, pues intuyo que ocultan algo, su verdadero ser. Todos tenemos nuestras taras, nuestros problemas, nuestras locuras. Unos han tenido que enfrentarse a mucho más que otros, otros han vivido su historia con mucho más dramatismo que unos. Lo que cuenta es el camino recorrido hasta ser quienes son y las personas que esos caminos les han llevado a ser.

Es evidente que no todos merecen ser conocidos, no todos llegan a ser buena gente, no todos merecen la empatía por su sufrimiento y su dolor. Hay quienes superan sus traumas sólo a costa de otros y ellos no tienen mi respeto ni mi admiración, no merecen que yo (cualquiera) les conozca. Porque todos siempre tenemos elección, incluso cuando creemos que no hay salida; y la elección a veces simplemente consiste en valernos de nuestros recursos y salir adelante o salir del paso intentando hundir a los de alrededor. Pero no es de ellos de quienes quería hablar, sino de la gente interesante, de las personas que enriquecen el espíritu al conocerlas.

Todos estamos tarados, todos sufrimos, y es la manera en que cada uno hacemos frente a los distintos problemas que surjen lo que nos hace ser quienes somos y nos enriquece con lo que tenemos para dar al resto de quienes nos rodean. Quiero conocer vuestra historia, quiero saber quiénes sois. Pero no os sintáis vulnerables si llego a hacerlo, porque sólo así podré conoceros y apreciaros por completo, así podré admiraros y sentirme orgullosa de ser amiga vuestra.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Mascotas

Adoro a los animales, especialmente a los míos. Mis bichos son todo pájaros, aunque no hablo de los que tengo en la cabeza. Hay quien tiene mascota como quien tiene un juguete o un mueble más, porque es bonito y adorna, porque se lleva, porque mola o porque es guay. Vale, yo no soy una persona totalmente íntegra y perfecta, para qué negarlo: los considero mi posesión, son míos, no son libres. Aún así les doy todo mi amor, pese a que a veces ellos no tengan ganas de recibirlo o no lo comprendan. También está el hecho de que en ocasiones les hago cosas que no les molan ni un pelo, como cogerlos cuando no quieren, limpiarlos cuando pretendían huír, etc.

Siempre he considerado a mis mascotas como parte de mi familia, les he dado todo mi afecto y me he preocupado por ellas como si de hijos se trataran. Actualmente tengo una cotorra argentina, Kiwi, un periquito, Bowie y una carolina, Turba. Sólo Kiwi vive conmigo, pero siempre me acuerdo de los otros dos, les echo de menos, y eso que únicamente Kiwi es capaz de demostrarme su cariño con reciprocidad, supongo que será porque es más lista, pues aunque a Bowie no, a Turba también la crié desde pequeñita. Sin embargo a Bowie le tengo un cariño especial, es un periquito que siempre ha tenido un humor muy bueno y ha sido muy sociable. Lo compré hace seis años de jovencito, y ha pasado por la muerte de su compañera y de un canario con el que llegó a tener una gran relación de amistad, se querían como hermanos. Tras estos baches resultó afectado de una enfermedad de la que tardó casi dos años en salir, estando realmente a punto de morir y teniéndolo yo que medicar cada día. Sus ganas de vivir y mi perseverancia y cariño obraron el milagro. También recuerdo aún cierta vez que le dio un arrechucho teniéndolo yo en las manos limpiándole las plumas. Llegó a parársele el corazón y tuve que hacerle el boca a pico y correr al grifo del agua fría para estimularlo.

Echo tanto de menos a mis bichos que estoy pensando en traérmelos conmigo, porque además de que para mí es bastante duro tener que renunciar a ellos indefinidamente, quien está a su cargo no se merece tal satisfacción. La única pega que tengo ahora mismo es la falta de espacio y la oposición de mi madre a tener más animales en casa. Los quiero como si fueran mi familia, como si fueran mis amigos confidentes, como si fueran pequeños hijitos que dependen de mí.

martes, 2 de noviembre de 2010

Altas expectativas

Mi madre, de niña, me decía que parecía que había nacido para ser rica o para ser reina, lo típico que se dice a un niño que protesta mucho, quiere cosas que no se le pueden dar o no se queda contento con lo que le dan. Para reina no, pero mis padres me educaron como si de una fuera de serie se tratara, llamada a despuntar, destacar en todo. Me educaron para llegar a ser lo que aún no he llegado (ni creo que llegue nunca) a ser, en lo que yo siempre soñé convertirme: válida, independiente, inteligente y excepcional en el campo que escogiera (la ciencia seguramente), sin olvidar ser una buena persona a la par que responsable y recta.

Todo ello me dio un carácter muy rígido, y aunque siempre fui una persona alegre, poco a poco la alegría iba cediendo en favor de una melancolía extraña, como cuando te regalan una camiseta que tienes que ponerte pero que no te es cómoda en absoluto. Cuadriculada, con exceso de responsabilidad pero falta de disciplina a causa de la ansiedad que ello me generaba, aunque como la responsabilidad me podía, incluso frente a cosas que no dependían de mí, ello me generaba también angustia y agobio. Crecía ingenua, pues mis pensamientos y mi concepción de la vida me tenían en un mundo aparte ajeno a la verdad, y siempre creía lo que mis padres o alguien con autoridad me contaban, aunque me estuvieran engañando deliberadamente, lo creía hasta que la verdad era evidente. Me decían que era guapa y me lo creía, me decían que era inteligente y me lo creía. Cuando eres niño eso es muy normal, pero a la larga genera conflictos internos: podían decirme que era capaz de ser la primera de la clase, lo que para mí tenía un doble mensaje, que no estaban satisfechos conmigo y que además yo no me esforzaba lo suficiente (y por eso no llegaba a serlo). El caso es que es cierto que siempre tuve facilidad para los estudios, hasta que mi cabeza bajó la persiana y cerró por vacaciones, las vacaciones que necesitaba tomarse para no prenderse fuego cada vez que me sentaba a estudiar.

A partir de ahí todo fue en picado: yo nunca llegué a ser la persona que deseaba ser, era como una huída de mí misma, una huída hacia delante para no tener que compararme con mi yo del espejo, ese que habían creado y con quien no era capaz de competir. Ya no soy tan rígida, ya no vivo en mi mundo aparte, ya no me creo todo lo que me dice la autoridad o mis padres, ya no soy hiperresponsable (y sigo sin ser disciplinada). Sin embargo, queda ese poso de mí misma, ese complejo de culpa por lo que no me corresponde, esa personalidad ingenua y sumisa al tiempo que rebelde sin causa, queda esa bondad de cordero y ese inconformismo casi pueril. Soy alguien anodino que no ha llegado a ser lo que quería ser y que además ha perdido el rumbo, pero que no se conforma con lo que tiene, que aún conserva ilusiones y que lucha por llegar a ellas por más zancadillas que le pongan y obstáculos encuentre a su paso.

A veces miro atrás esperando ver una proyección de lo que pudiera haber sido de no haberse torcido mi camino, pero aquello era como ir poniendo más pisos a la Torre Inclinada de Pisa: al final hubiera caído de uno u otro modo, o hubiera llegado a ser la persona más friki sobre la tierra (pese a llegar a ser excepcional). No veo la solución, puesto que el otro camino me hubiera llevado igualmente al fracaso, puede que no en lo académico y profesional, pero sí en lo social. No quiero decir que ahora tenga un éxito social rotundo, pero soy una persona con una vida normal en este aspecto: con buenos amigos, que le gusta salir y divertirse, que le encanta hablar y hacer tantas otras cosas en grupo.

Hace pocos años me pasó por la cabeza que tenía esa edad donde uno empieza a hacer balance de los sueños que ha podido cumplir y se da cuenta de que algunos ya no va a cumplirlos. Me pesó, sí, pero a otros no pienso renunciar aún, pues yo sigo paso a paso adelante intentando construir esa persona que quiero ser, queriendo llegar a las metas que me pongo y teniendo ilusiones que siguen renovándose. En ocasiones me encuentro muy cansada para seguir, muy harta de lo que me he encontrado y me sigo encontrando a mi paso, harta de que a veces parezca que todo juega en mi contra y que tengo que escalar una pendiente escarpada y casi vertical. Supongo que todo consiste en variar el ritmo, calmarse, tomar aire, beber agua y reanudar la marcha. Mientras haya formas de llegar hay esperanza, y mientras haya ilusión hay voluntad, aunque haya que ir por el camino largo y dando pasitos de hormiga, lo cual es difícil de asimilar por una cabeza como la mía, donde siempre han estado esas altas expectativas y esas prisas por llegar y demostrar que yo puedo.