sábado, 28 de agosto de 2010

Dejar huella

El ser humano dedica su vida a probar que ha existido quizá en un vano intento por sobrevivir a la muerte. Pero la única manera de sobrevivir a la muerte que tenemos la mayoría pasa por dejar nuestros genes a la desendencia o bien quedar en el recuerdo de quienes nos han querido.

Particularmente, a menudo me encuentro absorta en el pensamiento recurrente de si se acordarán de mí, si pensarán que merecí la pena aquellos a los que yo sí recuerdo. Se puede decir que mi intención de agradar, de gustar, de no importunar a veces raya en lo obsesivo, es algo de lo que ya no soy consciente pero sé que está ahí. No es que no me muestre tal como soy, es que soy así. Cuando no conozco a alguien lo suficiente intento no ofender, que se sienta cómodo conmigo, voy con cautela porque no sé cuál es su grado de sensibilidad o sus inquietudes. En realidad, creo que es algo que cualquiera debería hacer y pura empatía. Y no es que no continúe haciendo lo mismo con la gente a quien ya conozco, de hecho sigue siendo igual, pero está claro que cuando alguien te tolera sabe tu forma de ser y, aquello que a priori pudiera resultar chocante o incluso cortante, pasa a ser simplemente un rasgo más de la persona con la que tratas. Mi conducta, como digo, no pasa por convertirme en un pelele, pero sí me siento bastante apesadumbrada cuando un gesto mío se toma de un modo ajeno a mi intención.

Al final todo se relaciona con mi superlativo sentimiento de culpa. Sí y no. Como decía, quiero dejar huella a mi alrededor, aspiro a ser querida y recordada por al menos quienes me importan o han importado alguna vez. Antaño solía pensar que marcaría diferencias con mi vida, que llegaría a hacer algo importante, quizá no como para entrar en los libros de historia, pero sí como para obtener cierto reconocimiento. Esas eran mis aspiraciones. Hablo de cuando no sabía lo que era vivir, simplemente me lo habían contado. Más tarde descubrí que el mundo del que me habían hablado no tenía mucho que ver con la realidad, era más bien un reflejo adornado y mirado con una luz especial. Pero eso ya forma parte de otra reflexión...

sábado, 21 de agosto de 2010

Ahí va

Dos amigos, hablan sobre una chica que apenas conocen:

—Qué buena que está Maite, ¡me pone a mil!

—Pues si supieras cómo la chupa...

jueves, 19 de agosto de 2010

El sentimiento

Recuerdo esas tardes de invierno que ya de niña me provocaban esa extraña melancolía que no sabía bien de dónde podía venir. ¿Qué es lo que provoca nostalgia cuando tienes cuatro años y toda una vida por delante? No sé de dónde provenía la apatía y tristeza que me invadía. Daba igual que estuviera viendo videoclips o que estuviera pintando, haciendo un puzzle o deberes del colegio, ahí estaba.

Venía con el otoño y se quedaba conmigo hasta la primavera, aunque es verdad que unos días estaba más presente que otros. Recuerdo ese sentimiento que casi no puedo explicar en palabras, ese hueco interior, esas ganas de no hacer nada, esa sensación de vencimiento, esa astenia, esa tristeza inexacta que se adueñaba de mí en momentos. Siempre era de noche, la noche del otoño y el invierno, que en Madrid puede llegar a empezar a las seis de la tarde. Inevitablemente hay imágenes y sonidos que uno a esos momentos, simplemente porque estaban ahí cuando me sentía así. Él estaba allí cuando abría el libro de solfeo, estaba allí cuando veía el clip No more lonely nights de McCartney, estaba allí cuando desmontaba el belén y el árbol de Navidad, estaba allí en las tardes aburridas cuando no lograba entretenerme con nada, estaba allí cuando volvía de las clases de inglés, estaba allí cuando veía el programa del hipódromo... No sé en qué momento empezó a estar allí, pero calculo, por esas imágenes y sonidos, que cuando tenía cuatro años ya formaba parte de mí.

Pasó el tiempo, pero nunca logré que desapareciera. Seguía conmigo, casi siempre de otoño a primavera, como un ave migratoria que baja al sur al acabar el buen tiempo. Pero a medida que pasaban los años, ocurría una anomalía: el sentimiento era capaz de estar conmigo también en primavera y verano, en ciertos días de apatía o abatimiento. Supongo que este sentimiento es el origen de todo, y ni siquiera sé qué lo causaba siendo yo tan niña. Luego fue creciendo conmigo, formando parte de mi vida, inundando partes de mí y saliendo a flote en cualquier momento. Acabó siendo parte de mi forma de ser y carcomiendo una esencia que necesitaba intacta para poder seguir adelante sin que ello me supusiera un mundo.

Hoy sigo sin saber de dónde provenía entonces, aunque sí sé localizarlo, a veces, cuando se inmiscuye en temas que no le conciernen. Ningún tema le concierne, de hecho, pero podría limitarse a estar ahí, causando ese hueco, ese vacío, esa apatía, esa tristeza, sin contaminar mi vida. Podría dejar de tocar mi autoestima, mi desarrollo, mis planes, mis metas. Pero no, hoy ya forma parte de todo y no puedo desterrarlo. Muchas veces me cuesta hasta verlo, y sudo tinta china si alguna vez consigo superar lo que supone. Pero lo he hecho más de una vez. Y me enfrento a él, y no me doy por vencida, y no levanto cabeza. Aún así no pienso entregarme a él y olvidarme de mí, porque, pese a todo, no está en mi naturaleza: para bien o para mal soy de ideas fijas y no está en mis planes dejar de ser como soy.

miércoles, 18 de agosto de 2010

No estoy en venta (15/08/2010)

Observando el mundo a mi alrededor, me doy cuenta de que muchos tienen precio y hay hasta quien lo admite como si fuera algo de lo que enorgullecerse en vez de avergonzarse. Algunos lo justifican diciendo que con el mero hecho de trabajar ya te estás poniendo un precio, así que no hay diferencia alguna.

Prestando algo de atención, el argumento se cae por su propio peso. Sí, trabajar normalmente no es plato de gusto, incluso hay bastante gente que odia su trabajo, pero para poder compararlo con el poner precio a alguien, quien trabaja tendría que estar para ello traicionando sus principios, su escala de valores, y si ese fuera el caso, yo le recomendaría cambiar de tarea, que nunca es tarde.

Con venderse o ponerse precio, me refiero a hacer lo que uno, de primeras, no haría porque no cree en ello, porque lo aborrece o porque no lo considera coherente en ese momento. Supongo que todo es cuestión de relativizar y de autoconvencerse de que no tiene importancia. Por algo se empieza. Me pregunto cuáles serían los inicios de Al Capone. Otras veces, simplemente hay que ponerse en la piel del comprado, pues hay quien se cría sin conocer una escala de valores coherente, por lo que para ellos el acto de venderse no es tal, simplemente están negociando una situación que les es favorable. En cualquier caso, creo que sí se puede hablar en cierto grado de falta de escrúpulos. Desde luego, quien carece de ética es mucho más feliz en este juego, pero el que juega a relativizar supongo que acaba por perder la que pudiera tener.

Hay quien piensa que la esencia de este mundo que hemos creado es que todo está en venta. No pretendo erigirme aquí como un modelo de moralidad a seguir, pero sí creo que es bastante triste hipotecar los convencimientos, las ideas, en resumen, lo que nos hace ser las personas que somos, simplemente por dinero. Sobra decir que, como sin sobrevivir no seríamos quienes somos pero tampoco ninguna otra cosa, la anterior afirmación queda invalidada cuando de ello depende el subsistir. Sin embargo, no nos es extraño ver a quien cuando llega a tener una mayor o menor fortuna cambia de principios volviéndose frívolo y viviendo por y para la ostentación. Menos mal que también se da lo contrario: gente que, pese a haber hecho dinero de sobra, vive prácticamente como cualquiera de nosotros y sin haber variado sus hábitos respecto a cuando sus recursos eran menores. Su escala de valores continúa siendo la misma y si ha variado seguramente haya sido a consecuencia del devenir de su vida y no del dinero acumulado.

Desgraciadamente, vivimos en un mundo donde el dinero fascina y muchos olvidan sus compromisos consigo mismos para dejarse seducir por el poder que da, olvidando de dónde viene y lo que simboliza ese dinero y, por supuesto, olvidándose de lo que un día consideró importante.

Harta (15/08/2010)

Estoy harta, harta de mí y del mundo que me rodea:
harta de la falsedad de la gente,
harta del sufrimiento,
harta de la hipocresía,
harta del individualismo,
harta de no lograr mis metas,
harta del desamor,
harta de que me digan lo que he de hacer,
harta de padecer,
harta de quejarme,
harta de sentir que no encajo en ningún sitio,
harta de desear pertenecer a un grupo y así sentirme aceptada y parte de algo,
harta de envidiar a los que han conseguido algo en la vida,
harta de soñar despierta, harta de sentirme sola,
harta de ser un bicho raro hasta para mi propia familia,
harta de que me dejen por imposible,
harta de mi complejo de culpa,
harta de portarme bien con todos,
harta de ser débil,
harta de resistir lo que me echen,
harta de que me tomen por tonta,
harta de llorar por todo,
harta de sentirme frágil,
harta de ser tan complaciente,
harta de la falta de valores del mundo,
harta de la inmadurez de la gente,
harta de estar siempre cansada,
harta de desear lo que no puedo tener,
harta de querer ser como el resto,
harta de desear que se fijen en mí,
harta de querer pasar desapercibida,
harta de mi permanente insatisfacción,
harta de no saber comportarme de acuerdo a las circunstancias,
harta de mi particular timidez y fobia social,
harta de no lograrlo,
harta de esforzarme,
harta de pasado y presente, y un prometedor futuro que nunca llega,
harta de la ansiedad,
harta de los miedos,
harta de la incoherencia a mi alrededor,
harta de los tíos,
harta de las tías,
harta de sentirme estafada y defraudada,
harta de las reglas,
harta de la pereza,
harta de que mi cerebro no pare y vaya por libre,
harta de las contradicciones,...

domingo, 15 de agosto de 2010

Planes

Pienso mucho, pienso demasiado. Sigo sintiendo un hueco en mi interior que debo llenar. Y tengo que ser yo, nadie va a hacerlo por mí. A veces me siento llena de ilusión y otras desesperanzada.

Tengo miedo de que el futuro que espero nunca llegue, porque espero mucho de él. Mientras tanto, intento olvidar y terminar de superar parte de mi pasado, buena parte aún reciente, y aprovechar el presente, que es una de mis asignaturas pendientes. La ilusión mantiene mis esperanzas y me anima a vivir el presente para llegar al futuro que deseo. Aun así, siempre queda el miedo y la incertidumbre, generatrices de ansiedad que trato de evitar por todos los medios.

Soy muy joven, ¿de verdad tengo ya treinta? Yo tengo ganas de soñar, experimentar, disfrutar, siento que me queda tanto que me sitúo mentalmente más en la veintena que en la treintena. Quizá el establecerme no sea para mí, porque me veo muy lejos de elllo, aún creo que puedo cumplir muchos sueños que, en el pasado, esperaba tener ya realizados. Quiero ver más mundo, quiero conocer más gente, quiero ampliar mis horizontes, por mucho reparo que todo ello me dé. Ansío amistades que compartan mis intereses e inquietudes, porque me gusta socializar y también hacer las cosas acompañada, pues al final el disfrute es mayor si se comparte: películas, viajes, salidas, todo mejora en compañía.

El amor, por otro lado, no es algo de lo que huya, pero puedo afirmar que no me preocupa y que, hoy por hoy, prefiero no verme de nuevo en sus garras, pues necesito algo de paz en mi alma y me aterra volver a sufrir. Necesito ser yo mi prioridad, y no otro. Aparte, mi corazón está asolado y no creo que ahora mismo pueda crecer en él ni una brizna de hierba.

En cualquier caso, mientras hay vida hay esperanza, que se suele decir.

jueves, 12 de agosto de 2010

Intuición

Pasamos la vida haciendo planes que cambiamos para adaptarlos a las distintas situaciones que se van sucediendo. Algunos somos de ideas más bien fijas y otros no tanto, pero todos buscamos algo. La perseverancia influye, la suerte o la casualidad y, aun así, tampoco es raro llegar a sentir que somos hojas movidas por el viento que se van encontrando en el camino.

Todos hemos tenido que lidiar con malas experiencias, malas situaciones, personas que no eran de nuestro agrado y que incluso nos han puesto alguna zancadilla, pero también todos nos hemos cruzado con gente con quien conectamos, hemos vivido situaciones agradables y compartido momentos dignos del recuerdo.

Resulta a veces paradójico lo perdido que puede estar alguien y de la noche al día sentirse encontrado. Puede que sean pequeñas cosas las que nos salvan, minucias que van cayendo en el colador y van haciendo poso hasta que éste es lo suficientemente grande como para afectar positivamente. Otras veces es alguien quien nos salva: algún familiar, un amigo, un desconocido, alguien que estaba en el sitio y el lugar adecuados.

Cada cierto tiempo, frente a distintas dificultades, intento verme a mí misma como a alguien independiente, idealizo una figura que no necesita socializar para ser feliz y plena, aunque la realidad sea otra bien distinta. De hecho, últimamente hago caso a mi lado social, aunque no sea la persona más abierta del planeta, al menos a priori. Lo que nunca dejará de sorprenderme, pese a haberlo vivido en más de una ocasión es cómo hay ocasiones en que coincides con otra persona con la que conectas desde un principio, casi oyendo ese "click". Con conectar no me refiero a que esa persona sea tu alma gemela, comparta todos tus intereses o vaya a ser el amor de tu vida, me refiero a que es alguien con quien te sientes a gusto y notas puedes abrirte a ella porque se ha creado una unión profunda en cuestión de horas. No hablo de amor, hablo de amistades, hablo de uniones entre personas.

Me maravillan los misterios de la psique humana que hacen posibles estas conexiones. Supongo que tenemos sentidos de los que no somos conscientes y que detectan cosas que nos pasan desapercibidas si intentamos racionalizarlas. Esto quedaría explicado si tenemos más instinto animal del que creemos, que queda patente en ejemplos como este, cuando elegimos pareja o cómo sin conocer a alguien podemos sentir un rechazo irracional (aunque sea leve) cuando nos lo acaban de presentar y no puede estar fundamentado. Es la misma sensibilidad que nos dice de primeras si nos podemos fiar de una persona o no. No es infalible, pues no es raro que nos podamos equivocar y que haya gente que nos decepcione, pero en general, solemos confiar en esta intuición, que suele dar en el clavo.

miércoles, 4 de agosto de 2010

A castillo derruido...

Me levanto como un zombie, incluso me duele la cabeza como si la hubieran usado como coctelera. Paso el día somnolienta, como si no fuera dueña de mí, porque no tengo ganas de serlo. Algo mundano me agobia, en realidad son varias cosas. Como siempre, me imagino fuera de mi mundo, cambiando lo que me rodea para saber si puedo encontrar algo con lo que motivarme a seguir adelante con cierta ilusión, con ganas.

Ha sido un varapalo darme cuenta de que mis planes de futuro no iban a ser la seda que imaginé, pero estoy acostumbrada a estas cosas, y es cuestión de días el volverme a poner en funcionamiento con ilusión y expectación. Y ya lo estoy deseando, pero me siento insegura en mis pasos, han sido tantos los pasos en falso, que no puedo evitarlo. A veces me gustaría no tener que decidir, que fuera alguien externo a mi vida quien lo hiciera, pero es hora de tomar las riendas, aunque ello suponga equivocarse una vez más.

La verdad es que soy optimista, pero siempre queda un resquicio de inseguridad (en este caso no es pequeño) y en mi caso, además, un reparo que vino dado por el venirse abajo abruptamente el mundo que había diseñado para mi futuro.

Puedo correr, pero al menos tengo que hacerlo en una dirección, no puedo huír de todo. Si además esa dirección me permite llegar a algún sitio, aún mejor, aunque para ello tenga que dar un rodeo por querer evitar la gran roca que había en el anterior camino.

domingo, 1 de agosto de 2010

Hoy

El calor extremo atosiga, se hace difícil respirar ese aire que parece salido de un horno de panadería. Todo se va secando irremediablemente, incluso mi alegría. Pero me queda el consuelo de que ninguna temporada es eterna y aunque parece algo marchita, reverdecerá tarde o temprano.

Qué a gusto estaba yo sola, y vuelven las absurdas reglas, las obsesiones vacías y el control del falso orden. Pero es fachada, y esa fachada caerá o yo me iré a estar sola, porque no soporto la obsesión desmedida y absurda y el trato infantil.

Tengo 30 años, para lo bueno y para lo malo, aunque no se me permita. Quiero decir, que si me quieres ayudar, bien, pero si quiero tirar mi vida por el retrete es sólo asunto mío. No me van los yugos, no me va el control excesivo y vacío, será por haberlo sufrido en otra época, no me va vivir así, y sin embargo, aquí estoy aguantando el todo por el todo y haciéndome la sueca para no enfrentarme a la realidad que me rodea, una realidad mediocre de la que intento escapar.

No tratéis de buscar sentido a mis palabras pues puede que lo tengan, pero puede que sólo sean un cúmulo de ideas sin objeto ni fin, las ideas de una loca de la vida...