martes, 15 de junio de 2010

Desarrollo

Aún no sé cómo nombrar esta entrada, no sé ni de lo que va a tratar. A menudo, a solas conmigo misma se me ocurren temas geniales sobre los que divagar, reflexionar, escribir. Luego me encuentro a solas frente al teclado y la pantalla y la inspiración se evapora.

Hoy estoy más cansada porque parte de la jornada la he pasado de pie, pero no quiero dejar irse otro día más sin escribir algo, y eso que no tengo ni idea de qué decir. Diría muchas cosas, pero ahora mismo todo pasa por mi cabeza de puntillas, sin empaparme lo suficiente.

Mi cerebro hierve cuando estoy a punto de dormir, a veces en la ducha, cuando voy sola en el coche mientras canturreo... Es igual que cuando intento tomar nota mental de una buena canción para recordar ponerla en la lista de reproducción o bajármela, cuando quiero recordarla ya no está, ha desaparecido.

Desde hace ya tiempo, me cuesta concentrarme y aunque ahora la cosa va mejorando, a veces el cansancio me puede y me dejo llevar por la vaguería casi absoluta. Error. Debería dejarme llevar, sí, pero por entusiasmo, que es lo que realmente podría conducirme a algo parecido a la satisfacción, al menos de ver que hago cosas que me apetecen y estimulan.

Pero estoy contenta y pienso en positivo, eso es un gran cambio que he logrado con la perseverancia, y no quiero quitarle el peso que tiene. Porque son las pequeñas cosas las que van marcando la diferencia, que llegado un punto, puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado y determinar cualquier decisión por tomar, puesto que en ellas el humor de que esté tiene mucho que decir. Otras veces ya he apuntado que mi estado de ánimo es bastante voluble según el ambiente en el que esté y el contexto que me rodee, pero además esto es como los tintes tono sobre tono: si pequeñas cosas me hacen ser positiva, seguiré cogiendo fuerza y virando hacia un color, poco a poco, hasta llegar a él.

Y no sé si se me entiende bien, mal o regular, pero en realidad tampoco tengo muchas ganas de pensarlo, me basta saber que llego a casa contenta después de trabajar y que, pese a no haber ningún cambio sustancial en mi día a día más allá de la rutina del trabajo (ninguna cima conquistada, ni tan siquiera un puerto de tercera), ha cambiado mi modo de ver mi mundo y ya no me siento amargada, condenada, maldita y por ello triste, sino positiva y en buen grado alegre. Vuelvo a sentirme bien, y me gusta.